Vida oculta y pandemia

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Por Valeria Martins de Almeida.

«La pandemia sacó a la luz muchas verdades. Algunas escandalosas desde siempre como la pobreza y la desigualdad; otras, tal vez más nuevas, como la necesidad imperiosa del contacto físico con otros y otras que necesitamos para vivir plenamente. También nos hemos visto sometidos al encierro. En algunos casos como medida preventiva de los estados y en otros como una condición autoimpuesta por el miedo al contagio.

Esta reclusión, que en ningún caso fue deseada, creo que puede ayudarnos a pensar en qué hemos estado ocupando el tiempo. Sin duda, las posibilidades de lo que se puede hacer en el aislamiento se reducen. Hay muchas actividades que hemos postergado y, en algunos casos, nos hemos tenido que dedicar sencillamente a la vida doméstica. A estar en la casa sin aparentemente ninguna gran hazaña por concretar.

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Esto me ha hecho pensar en los 30 años de vida oculta de Jesús, el carpintero de Nazareth. Toda la vida de Jesús es salvífica, también los años previos a su vida pública. Siendo verdadero hombre, sus valores y su carácter fueron fruto de un proceso de maduración. Su sabiduría y sensibilidad se formó en esos 30 años de vida oculta en Nazaret. Jesús fue aprendiendo a ser hombre. Vivió anónimamente, inserto en su pueblo, conviviendo con él, conociendo y experimentando sus necesidades, alegrías y esperanzas, dolores y tristezas.

Pero ¿cómo era la vida en Nazareth? Según José Antonio Pagola, en su libro Jesús, una aproximación histórica:

Nazaret era un pequeño poblado en las montañas de la Baja Galilea que estaba a unos 340 metros de altura, en una ladera, lejos de las grandes rutas, en la región de la tribu de Zabulón. El poblado quedaba retirado en medio de un bello paisaje rodeado de alturas. En las pendientes más soleadas, situadas al sur, se hallaban diseminadas las casas de la aldea y muy cerca terrazas construidas artificialmente donde se criaban vides de uva negra; en la parte más rocosa crecían olivos de los que se recogía aceituna. En los campos de la falda de la colina se cultivaba trigo, cebada y mijo. En lugares más sombreados del valle había algunos terrenos de aluvión que permitían el cultivo de verduras y legumbres; en el extremo occidental brotaba un buen manantial. En este entorno se movió Jesús durante sus primeros años. Nazaret era una aldea pequeña y desconocida, de apenas doscientos a cuatrocientos habitantes. Nunca aparece mencionada en los libros sagrados del pueblo judío. Algunos de sus habitantes vivían en cuevas excavadas en las laderas; la mayoría en casas bajas y primitivas, de paredes oscuras de adobe o piedra, con tejados confeccionados de ramaje seco y arcilla, y suelos de tierra apisonada. Bastantes tenían en su interior cavidades subterráneas para almacenar el agua o guardar el grano. Por lo general, solo tenían una estancia en la que se alojaba y dormía toda la familia, incluso los animales. De ordinario, las casas daban a un patio que era compartido por tres o cuatro familias del mismo grupo, y donde se hacía buena parte de la vida doméstica. Allí tenían en común el pequeño molino donde las mujeres molían el grano y el horno en el que cocían el pan. Allí se depositaban también los aperos de labranza. Este patio era el lugar más apreciado para los juegos de los más pequeños, y para el descanso y la tertulia de los mayores al atardecer.

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Jesús ha vivido en una de estas humildes casas y ha captado hasta en sus menores detalles la vida de cada día. Ha pasado muchas horas en el patio de su casa y conoce bien lo que se vive en las familias. Cuando más adelante recorra Galilea invitando a una experiencia nueva de Dios, Jesús no hará grandes discursos teológicos. Para entender a Jesús no es necesario tener conocimientos especiales; no hace falta leer libros.

Jesús les hablará desde la vida. Todos podrán captar su mensaje: las mujeres que ponen levadura en la masa de harina y los hombres que llegan de sembrar el grano. Basta vivir intensamente la vida de cada día y escuchar con corazón sencillo las audaces consecuencias que Jesús extrae de ella para acoger a un Dios Padre.

 ¿Estaremos nosotros también experimentando una especie de vida oculta en nuestras casas? En este tiempo no podemos vivir lo que antes llamábamos “normalidad” y esto, sin dudas, nos genera todo tipo de tensiones y dificultades. Tal vez sintamos que no estamos haciendo nada la mayor parte del día, o que antes hacíamos más cosas, o que eran más productivas, etc.  Sin embargo, sería interesante pensar que durante sus primeros 30 años de vida tampoco Jesús llevó a cabo temerarias empresas ni terribles proezas y, sin embargo, esos años de vida sencilla y silenciosa hicieron posible que se convirtiera en el hombre que fue luego.

Durante todo ese tiempo que parece insignificante Jesús fue capaz de absorber todo lo que la vida le fue enseñando: aprendió a mirar lo que estaba a su alrededor y obtener de todo eso sabiduría. Nunca fueron acontecimientos reveladores ni sobrenaturales sino el sencillo devenir del día a día lo que fue moldeándolo.

De esas experiencias Jesús tomará los insumos esenciales con los que podrá luego hablarle a la gente de viñedos, de granos de mostaza, de ovejas sin pastor, de una mujer que pierde una dracma y barre toda la casa hasta encontrarla y participa a sus amigas de su feliz hallazgo. Es decir, en lo que para cualquiera podría parecer absolutamente intrascendente Jesús encontró una sabiduría fundamental.

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Pensando en lo que nos toca vivir hoy, creo que tenemos mucho que aprender de la vida oculta del Señor. Nosotros también hoy estamos viviendo una sencilla cotidianidad que pareciera no decir nada, pero que tal vez podría estar gritándonos sordamente aquello que es primordial en la vida: la importancia de los vínculos, el valor de lo que no es accesorio, la mentira del consumismo, lo fundamental de amar la naturaleza tomando conciencia de que nosotros somos naturaleza, que ésta no es algo que está fuera del ser humano sino algo de lo cual es parte, y tantas otras cosas más.

Algo sobre religiosidad doméstica en pandemia. Sostiene Pagola lo siguiente:

En aquella aldea perdida en las montañas, la vida religiosa no giraba en torno al templo y a sus sacrificios. Eran los mismos vecinos quienes se ocupaban de alimentar su fe en el seno del hogar y en las reuniones religiosas de los sábados. Jesús fue alimentando su fe en la experiencia religiosa que se vivía entre el pueblo sencillo de las aldeas de Galilea.

En Nazaret no había ningún templo. Sólo había un lugar sobre la tierra donde su Dios podía ser adorado: el templo santo de Jerusalén. Hasta allí peregrinaban los vecinos de Nazaret, como todos los judíos del mundo, para alabar a su Dios.

La fe de Jesús fue creciendo en este clima religioso de su aldea, en las reuniones del sábado y en las grandes fiestas de Israel, pero sobre todo fue en el seno de su familia donde pudo alimentarse de la fe de sus padres, conocer el sentido profundo de las tradiciones y aprender a orar a Dios.

Uno de los grandes regalos de este tiempo creo que ha sido la revalorización de la religiosidad doméstica. La misma que vivió Jesús en sus primeros años en la tierra. Muchas familias han ido fortaleciendo y cultivando este ser Iglesia doméstica con hondura y sencillez. Hemos armado altares, cocinado pan para partir y compartir en familia, participado de retiros espirituales utilizando como casa de retiro nuestra propia casa, compartido la Palabra con simplicidad. Creo que todo esto no deja de ser una gran oportunidad de crecer en la corresponsabilidad que los y las laicas tenemos en la Iglesia Católica. Sería muy importante que asumiéramos ese protagonismo.

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En Nazareth la vida de Jesús fue discurriendo calladamente sin ningún acontecimiento relevante. El silencio de las fuentes se debe probablemente a una razón muy simple: en Nazaret no aconteció nada especial. Lo único importante fue un hecho extraño e inusitado en aquellos pueblos de Galilea y que, seguramente, no fue bien visto por sus vecinos: Jesús no se casó. Tuvo que desconcertar a sus familiares y vecinos. El pueblo judío tenía una visión positiva y gozosa del sexo y del matrimonio. ¿Qué es lo que movió a Jesús a adoptar un comportamiento absolutamente extraño en los pueblos de Galilea? Y es que se consagró totalmente a algo que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza. Él lo llamaba el reino de Dios. Fue la pasión de su vida, la causa a la que se entregó en cuerpo y alma.

Creo que esto último es esencial, ya que nos demuestra cómo en estos años de vida simple y callada Jesús encontró el verdadero sentido de su vida y su misión. Escuchó a Dios Padre y acogió con valentía ese propósito que le terminará costando la vida. Es decir, en la aparente inmovilidad, en la supuesta intrascendencia Jesús halló lo más importante de su vida: el sentido de la encarnación. Y seguramente la oración diaria, su religiosidad doméstica y cotidiana que le permitió escuchar a Dios Padre, jugó un rol clave en este discernimiento principal.

Creo que esto debe ayudarnos a reflexionar sobre nuestra forma de ver pasar el tiempo o de “aprovecharlo”. La aparente quietud no tiene por qué ser sinónimo de inutilidad, el silencio puede ser un espacio privilegiado para escuchar las grandes verdades de nuestra existencia, la vida sencilla tiene mucho que enseñarnos, la oración es una camino hermoso para ensanchar el corazón y hacerlo más profundo, el anonadamiento es un lugar de privilegio desde donde plantearnos qué vida queremos vivir, la simpleza es una forma de libertad suprema que nos conecta con aquello que es importante y nos da una paz única, la que nace de saber que no tenemos por qué ser esclavos de lo material ni de los afectos desordenados. Ojalá podamos resignificar este aislamiento a la luz de lo que nos enseña la vida oculta de Jesús, el hijo del carpintero de Nazareth».

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Un comentario en “Vida oculta y pandemia

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